El primer gran paso para reducir el impacto de carbono de la cadena de suministro es integrar las energías renovables a los sistemas de transporte.
En todo el mundo, los esfuerzos de descarbonización han ido acelerándose a lo largo de los últimos meses. En este contexto, se le ha puesto mucha atención al rol que las compañías y sus operaciones tienen en las emisiones nocivas al medio ambiente, gracias a su escala e influencia en el comportamiento de los consumidores finales.
Y aunque hay muchas formas en las que las empresas pueden abordar la descarbonización de sus negocios, la reducción de emisiones de carbono en las cadenas de suministro es una de las más prometedoras. Específicamente, reducir la producción de CO2 a través de la incorporación de energías renovables a estas actividades.
En su Global Supply Chain Report 2019/20, CDP estimaba que la energía renovable constituía, en promedio, el 11% del energy mix de los proveedores a escala global. Aumentar esta proporción en solo 20 puntos, agregó la firma, podría reducir las emisiones globales de CO2 a la atmósfera en más de una gigatonelada. Esta cifra sería equivalente a la cantidad que producen Brasil y México juntos cada año.
Aquí, la integración de las energías renovables a la vertical de transporte es fundamental. Ya sean trenes, camiones de carga, barcos o aviones, estos vehículos tienen un rol fundamental en las operaciones logísticas y las cadenas de suministro de las empresas.
Más importante, el transporte es una enorme fuente de CO2 a escala global, pues la mayoría de estos vehículos aún usa combustibles fósiles como fuente de energía. Ni siquiera una paralización económica con la escala de la crisis sanitaria de COVID-19 pudo reducir las emisiones de carbono de segmentos como los buques de carga en más de 1% durante 2020.
Es una posibilidad que organismos internacionales han planteado desde hace años. En 2016, la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) presentó un mapa de ruta para la adopción de dos tecnologías renovables en el sector transporte: biocombustibles y vehículos eléctricos.
Sin embargo, hay retos importantes en el corto plazo para ambas tecnologías que las empresas y sus aliados de transporte que ponen en jaque los objetivos de descarbonización:
Para que los transportes eléctricos puedan ser realmente libres de carbono, la energía que usan debe venir de plantas fotovoltaicas, eólicas, hidroeléctricas, geotérmicas o similares. Pero el mayor uso de estas fuentes de energía verde está trayendo nuevos retos que antes no estaban tan claros.
Por ejemplo, la Agencia Europea de Medio Ambiente advierte que, a medida que se instalan más instalaciones de este tipo, con el paso del tiempo irán generándose residuos de alta tecnología que, sin un tratamiento adecuado, podrían tener un impacto negativo en el ambiente. Lo mismo aplicará para los vehículos eléctricos a medida que se acerquen al final de su vida útil.
Asimismo, como reporta el Wall Street Journal, algunos productores de energía eólica están notando que sus operaciones de generación de electricidad no generan los ingresos necesarios para justificar la inversión. Las empresas con operaciones de transporte, ya sea que compren los vehículos eléctricos y la electricidad de proveedores externos o decidan abordar estos retos directamente, deben tener en cuenta estas barreras económicas y medioambientales.
La gran ventaja de los biocombustibles, con respecto al uso de insumos fósiles, es que podrían ayudar a las operaciones de transporte a mantener sus operaciones con cambios mínimos para transitar a un negocio más verde. Sin embargo, la producción de estos biocombustibles ha probado ser más retadora de lo que se imaginaba.
De acuerdo con Carbon Brief, hay tres generaciones de biocombustible según su materia prima. La primer y segunda generación usan comida y cultivos para animales o desechos madereros y agrícolas, respectivamente, para producir el combustible.
Esto significa que sus emisiones de carbono solo son menores si no hay cambios en el uso de suelo o en las prácticas agrícolas en la industria general. De lo contrario, el uso más intensivo del campo provoca un impacto en la atmósfera, que a su vez neutraliza las buenas intenciones que pudiera tener la industria del transporte.
La tercera generación de biocombustibles usa algas, lo que permite evitar por completo el reto del uso de suelo que afecta a sus predecesoras. Sin embargo, esta forma de producir el insumo aún no es económicamente viable ni se puede replicar a gran escala. Si el transporte quiere aplicar biocombustibles para reducir su huella de carbono, debe empezar a invertir en su desarrollo para idear métodos sustentables de producción.
El primer gran paso para reducir el impacto de carbono de la cadena de suministro es integrar las energías renovables a los sistemas de transporte.
En todo el mundo, los esfuerzos de descarbonización han ido acelerándose a lo largo de los últimos meses. En este contexto, se le ha puesto mucha atención al rol que las compañías y sus operaciones tienen en las emisiones nocivas al medio ambiente, gracias a su escala e influencia en el comportamiento de los consumidores finales.
Y aunque hay muchas formas en las que las empresas pueden abordar la descarbonización de sus negocios, la reducción de emisiones de carbono en las cadenas de suministro es una de las más prometedoras. Específicamente, reducir la producción de CO2 a través de la incorporación de energías renovables a estas actividades.
En su Global Supply Chain Report 2019/20, CDP estimaba que la energía renovable constituía, en promedio, el 11% del energy mix de los proveedores a escala global. Aumentar esta proporción en solo 20 puntos, agregó la firma, podría reducir las emisiones globales de CO2 a la atmósfera en más de una gigatonelada. Esta cifra sería equivalente a la cantidad que producen Brasil y México juntos cada año.
Aquí, la integración de las energías renovables a la vertical de transporte es fundamental. Ya sean trenes, camiones de carga, barcos o aviones, estos vehículos tienen un rol fundamental en las operaciones logísticas y las cadenas de suministro de las empresas.
Más importante, el transporte es una enorme fuente de CO2 a escala global, pues la mayoría de estos vehículos aún usa combustibles fósiles como fuente de energía. Ni siquiera una paralización económica con la escala de la crisis sanitaria de COVID-19 pudo reducir las emisiones de carbono de segmentos como los buques de carga en más de 1% durante 2020.
Es una posibilidad que organismos internacionales han planteado desde hace años. En 2016, la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) presentó un mapa de ruta para la adopción de dos tecnologías renovables en el sector transporte: biocombustibles y vehículos eléctricos.
Sin embargo, hay retos importantes en el corto plazo para ambas tecnologías que las empresas y sus aliados de transporte que ponen en jaque los objetivos de descarbonización:
Para que los transportes eléctricos puedan ser realmente libres de carbono, la energía que usan debe venir de plantas fotovoltaicas, eólicas, hidroeléctricas, geotérmicas o similares. Pero el mayor uso de estas fuentes de energía verde está trayendo nuevos retos que antes no estaban tan claros.
Por ejemplo, la Agencia Europea de Medio Ambiente advierte que, a medida que se instalan más instalaciones de este tipo, con el paso del tiempo irán generándose residuos de alta tecnología que, sin un tratamiento adecuado, podrían tener un impacto negativo en el ambiente. Lo mismo aplicará para los vehículos eléctricos a medida que se acerquen al final de su vida útil.
Asimismo, como reporta el Wall Street Journal, algunos productores de energía eólica están notando que sus operaciones de generación de electricidad no generan los ingresos necesarios para justificar la inversión. Las empresas con operaciones de transporte, ya sea que compren los vehículos eléctricos y la electricidad de proveedores externos o decidan abordar estos retos directamente, deben tener en cuenta estas barreras económicas y medioambientales.
La gran ventaja de los biocombustibles, con respecto al uso de insumos fósiles, es que podrían ayudar a las operaciones de transporte a mantener sus operaciones con cambios mínimos para transitar a un negocio más verde. Sin embargo, la producción de estos biocombustibles ha probado ser más retadora de lo que se imaginaba.
De acuerdo con Carbon Brief, hay tres generaciones de biocombustible según su materia prima. La primer y segunda generación usan comida y cultivos para animales o desechos madereros y agrícolas, respectivamente, para producir el combustible.
Esto significa que sus emisiones de carbono solo son menores si no hay cambios en el uso de suelo o en las prácticas agrícolas en la industria general. De lo contrario, el uso más intensivo del campo provoca un impacto en la atmósfera, que a su vez neutraliza las buenas intenciones que pudiera tener la industria del transporte.
La tercera generación de biocombustibles usa algas, lo que permite evitar por completo el reto del uso de suelo que afecta a sus predecesoras. Sin embargo, esta forma de producir el insumo aún no es económicamente viable ni se puede replicar a gran escala. Si el transporte quiere aplicar biocombustibles para reducir su huella de carbono, debe empezar a invertir en su desarrollo para idear métodos sustentables de producción.
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